
El chavismo y cualquier gobierno que asuma el poder en Venezuela, tiene el juego trancado. La pobreza que está generando la hiperinflación será persistente si no se hace nada para cambiar el aparato de políticas. Pero hacer algo a favor de los factores productivos que pueden sacar adelante el país, significa propulsar aun más la hiperinflación. La pregunta que debe hacerse la sociedad y, puntualmente, el Estado, es ¿Cuál crisis es preferible?.
Lo que pasa en este momento
Actualmente, en lo concreto, no se está haciendo nada. De ese modo el gobierno tomó una decisión política muy preocupante: reducir la hiperinflación por la vía de empobrecer a sus ciudadanos. Al final de este túnel, cuando la gente no pueda comprar más, muchos productos bajarán de precio, esto es, descenderá la inflación, aunque al peor precio social. Esto significa que el ciudadano común, es decir, el trabajador, el que representa el sector más golpeado por la inflación y la devaluación, será más pobre, y sus conciudadanos, los que sí pudieron sobrevivir a la onda inflacionaria, aún más ricos. Habrán precios para ricos y precios para pobres, los cuales serán aun más. El 2014 será un año decisivo para observar la resistencia sociopolítica de la población: pobreza con altos precios petroleros, con elevada desigualdad, mayor inseguridad un clima político explosivo.
¿Qué va a pasar en lo pronto? Nos acercamos a un escenario en el que el presidente Maduro solicitará poderes especiales para reconducir la política cambiaria. Lo esperable del gobierno es que se despenalicen a algunos actores reales del mercado cambiario. En otras palabras, compartir el mercado cambiario con algunos privados. Esto tiene una razón política, no económica: no es posible acumular más represión en un contexto en el que el Estado no tiene la suficiente legitimidad institucional, su seguidores se dispersan, y los recursos ya está agotados.
En otras palabras, el gobierno entiende que para mantener el orden de las cosas, deben hacer ganar rápidamente dinero a algunos de sus actores económicos.
Pero no se les invita a levantar la producción, sino que hagan parte de la piñata especulativa. Es la misma piñata con la que el gobierno participa ilegalmente del contrabando de alimentos a Colombia. Es la misma piñata de la corrupción, de la conciliación con los Pranes y el narcotráfico. La acumulación de malas políticas genera nuevos negocios, y el Estado como un todo (Fuerzas Armadas, Cooperativas, productores, ministerios, funcionarios, indígenas, ciudadanos…) reproduce y usufructúa. Tal piñata es, precisamente, la que genera más y más rápidas riquezas en el mundo entero, pues su naturaleza no es levantar a la producción a la cual le hace mérito, sino depredarla. Es, pues, la versión venezolana del neoliberalismo para-financiero.
De tal modo que los productores y los trabajadores de Venezuela no aliados a la especulación de la moneda y la inflación, se enfrentarían a una nueva espada de Damocles: la del gobierno que controla las divisas y regula desesperadamente los precios contra toda lógica de mercado, y la del sector privado especulativo, seguramente aliado políticamente, que solo calculará donde mover rápidamente sus valores antes de la ventisca. Ambos controlarán las divisas, esto es, la sangre económica de este país.
El mercado especulativo, a la sombra de un gobierno que les protegerá, hará aun mas inasible la economía, esto es, menos susceptible de políticas efectivas, acelerará la desigualdad y acelerará la pobreza.
Las políticas de despenalización no son en sí mismas malas, se puede decir. Pero tampoco lo fueron por sí mismas la Gran Misión Agro Venezuela o la Nueva Geometría del Poder, ambos rotundos fracasos que han costado sudor político y millones de divisas tiradas al vacío.
Lo que es malo es que esta política se lanza sin intención de integralidad, generando nuevos desequilibrios y nuevos privilegiados.
¿Cómo llegamos a esto?
Este es el epígrafe de la destrucción productiva que se evidencio desde 1978 con el ingreso de importaciones desmedidas, y el gasto vigoroso de un Estado inundado en petrodólares.
Es importante recordar que nada de esto tendría que haber sido así. Pero las perversiones llegaron muy lejos. Los responsables de administrar la bonanza iniciada en el 2003 desoyeron las voces, cada quien en su momento y situación, pidiendo que se detuviera el tren del gasto.
Entre tantas voces estuvieron Mendoza Potellá (actual asesor petrolero del BCV), algunos organismos internacionales que miden globalmente estas cosas (como Global Entrepreneurship Monitor, el Índice de Competitividad…), Carlos Lanz (ex-Ministro de Empresas Básicas que escribiese un informe que Giordani desoyó en el 2004), Asdrúbal Baptista, Maza Zabala (Director del BCV, fuera del cargo luego de haber negado aquel famoso “millardito” que el ex-presidente Chávez pedía ante las cámaras), Tobías Nóbrega (Ministro de Finanzas y Planificación del los inicios del chavismo), y, desde luego, decenas de economistas de oposición, incluyendo al hijo de Pérez Alfonzo (Pérez Castillo). Pero todos los actores políticos, desde el 2003 al 2013, incluyendo al propio Chávez, prefirieron voltear la cara: el dinero que entraba era dulce, no importaba su procedencia.
Hoy ya no contamos con capacidad productiva y debemos demasiado.
Se puede salir
Dada la gravedad de las cuentas nacionales, la desigualdad creciente y la pobreza que viene generará más destrucción productiva y, a su vez, situaciones humanitarias insostenibles.
Pero hay otra manera de combatir la hiperinflación: generando crecimiento y reproduciéndolo. Para ello no hay otra alternativa que generar aun más inflación, pero en el sentido adecuado. Para esto no hay recetas mágicas, pues no se puede inventar demasiado la economía.
¿Cuáles son los ejemplos que aplican? Uno de ellos: el fin de la era soviética. Recordemos que los países del extinto eje del “socialismo real” se entregaron al entonces seductor neoliberalismo, generando mayores problemas y un deterioro general de sus condiciones humanitarias. Pero algunos, luego de sus errores, lograron enderezar sus políticas y resurgieron como Ucrania, Rusia, Hungría, Polonia y apenas recientemente, Rumanía. Hoy Polonia, Hungría, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, República Checa están en la OCDE. Rusia (y nuestra vecina Colombia, por cierto) es candidata probable para ingresar allí el año que viene.
¿Qué otro ejemplos aplican? Nuestros vecinos, países latinos y jóvenes. Muchos de ellos participantes de nuestra misma ola socialista, han sobrevivido mejor a la crisis, siguen viendo crecer rápidamente sus PIB de manera orgánica, sus Índices de Desarrollo Humano, su productividad, competitividad y eficiencia en los servicios públicos, incluyendo la reducción del crimen y la violencia. Brasil desplazó a Inglaterra como potencia industrial, y muchos otros aun hoy reducen a pasos agigantados su pobreza y aumentan sus clases medias, incluso bajo la sombra de la crisis global. No son el mar de la estabilidad económica, menos en este contexto, pero…¿Qué hicieron ellos, Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Uruguay, México, Chile, Costa Rica y de algún modo Argentina, que no hicimos nosotros?
Tratemos de traducir aquí rápidamente toda esta experiencia, la de la Europa Oriental y la de nuestros vecinos emergentes. De ella se desprenderán salidas concretas para el caso Venezuela.
Por un lado, todos estos países aprendieron del macabro neoliberalismo que es necesario atraer y consolidar capitales, nacionales o extranjeros que provean al sistema de recursos para levantarse económicamente. Pero hoy no hay duda de que deshacerse de la moneda, directa o indirectamente, como pidieron los neoliberales, es un suicidio.
La moneda debe seguir para lo que fue creada, para ser un instrumento: si se devalúa es para atraer capitales, no solo para reflejar la ineptitud política de nuestra apuesta productiva y contemplarla místicamente, como se hace hoy. Venezuela cuenta, paradójicamente, incluso, con una moneda fuerte que Ecuador puso en nuestras manos: el Sucre. Así, Venezuela podría contar con dos políticas monetarias, una fuerte e integrada y otra débil y desintegrada, según la necesidad. Una para invertir en el extranjero, y otra para que el extranjero (incluyendo nuestros venezolanos en el exterior) invierta.
Para atraer los capitales, no bastan políticas en turismo, como ha dicho inocentemente Arreaza. Hay que sanear el sistema de justicia mediante un sistema exhaustivo de rendición de cuentas horizontales. Ubicar áreas de desarrollo, planificadas, fuera de la inseguridad ciudadana. Hay que generar nuevos escenarios de desarrollo territorial que no estén lejos de las ciudades, a precios competitivos. Las riquezas no se reproducen solo porque el emprendimiento motor de la economía es sólido, sino porque todos los emprendimientos que giran a su alrededor se expanden. Debemos recibir capitales frescos y en movimiento, como el agua.
Los nuevos capitales deben ser productivos y van a adquirir preeminencia política. Y así debe ser, basados en demanda interna y nuevas exportaciones. El capital económico busca capital político y es sano que así sea, por lo que hay que impulsar el sentido de la interdependencia. Esto implica que el gran capital corporativo sea limitado políticamente a favor de la multiplicidad de los emprendimientos. Hay que evitar el predominio absoluto del Estado como de las grandes corporaciones privadas. Venezuela está en posición de impulsar un modelo así.
Desatar la competencia, cultural, legal e institucionalmente. Hacer todo transparente y burocráticamente simple. Encerrar a los funcionarios que chantajean: disuadirlos una y otra vez del precio que deben pagar ellos y sus cómplices si continúan con sus prácticas. Levantar un sistema inteligente que recoja información de calidad, en grandes cantidades y que coteje información disímil con fines de producción y bienestar social, que de orden al nuevo Estado. Que la ventaja del Estado sobre la sociedad sea administrativa y de información, no puramente económica.
Impulsar la innovación y el emprendimiento, pero hacer que otros actores no estatales la financien y la aprovechen: vender desde ya los frutos que aun no han nacido, y aplaudir al que las usufructa.
Regular precios por bandas automáticas, según un estudio sincero de costos y según la inflación intermensual, medida por el BCV, desagregada por sectores. Es decir, que cambien los precios solo cuando el índice intermensual lo indique, no a discreción burocrática. Esto significa que hay que usar las regulaciones para fortalecer estrategias de mercados globales, rentables y competitivos, no para conquistar votos rápidamente.
Abrir las importaciones fundamentales. Se entiende como las importaciones fundamentales aquellas que no podemos producir. Por ello, toda la baratija, toda la producción simple, debe estar prohibida: ella es la punta de lanza de los nuevos capitalismos (China o Brasil, por ejemplo) que lógicamente buscan ahogar nuestra propia competitividad. Y es, al mismo tiempo, el primer escalón de nuestra tecnificación. De tal modo que en contra de nuestra desindustrialización, hay que invertir el modelo: importar lujo y maquinaria, y asfixiar a la baratija que hoy puebla al mercado informal.
Liberar a la alimentación ecológica y sana de los impuestos, de ser posible estimularla financieramente o por la vía de subsidios perentorios y cortos, conducirla a los programas sociales, y luego, pechar la tóxica: impulsar la alimentación ecológica como una fortaleza de la Nación en el mercado internacional que viene. Paradójicamente, gracias al petróleo, Venezuela cuenta con tierras vírgenes y recursos hídricos sanos o saneables, dos tesoros que anuncian la verdadera potencia ecológica que esconde. Hay que invertir nuevamente el modelo: no proteger la comida barata, importada y tóxica, sino asfixiarla, a favor de la producción ecológica, fuente de una política de exportaciones y de cultivos propios autosustentables y con mayor rendimiento económico por campesino (hoy, incluso durante la lluvia de petrodólares, la pobreza campesina en Venezuela, origen de nuestros problemas de competitividad en esa área, ronda la pobreza extrema, a niveles impensables en las ciudades). Esto generará, a su vez, un importante y creciente ahorro en gastos médicos y en la salud del trabajador.
Fortalecer los emprendimientos que fueron llamados socialistas para que compitan, pero darles un tiempo perentorio para evaluar su desempeño o, de lo contrario, venderlos. Desarmar al 50% el gasto burocrático, incluyendo el ejército. Desincorporar y vender armamento a países aliados: Que el mundo vea que estamos generando gasto corriente. En base a las deudas de Cuba, establecer una reducción y moratoria de importes (no deshacer todos los convenios: hay que evaluarlos). Evaluar el desempeño de las empresas recuperadas (expropiadas, compradas o no) y revenderlas (o devolverlas, si no fueron pagadas) solo si hay evidencias de que no podrán levantar la producción por sí mismas.
¿Qué es Evaluar?: utilizar el protocolo de políticas públicas y evaluación de impactos por cadenas lógicas. Nada de evaluaciones políticas.
El efecto fundamental es keynesiano, ergo, sicológico: reimpulsar la producción liberando el multiplicador y liberando la confianza. Porque el gran problema que enfrentamos no es propiamente económico sino la gigantesca percepción de inestabilidad.
Pero la gente entiende que un sacrificio es importante, sobre todo, cuando todas sus esperanzas están desaparecidas. El misticismo político actual durará poco tiempo. Hay que entender esto y por lo tanto, hay que reconvertirlo. Solo se puede estirar, pero ya no se reproducirá. Vienen tiempos de verdad y objetividad, de pragmatismo y supervivencia.
La gran ventaja de Venezuela en relación a los países del extinto eje soviético, es que un retroceso de los precios petroleros, que es el peor escenario, siempre, al menos, significa que hay precios petroleros y alguien que compra la producción. Los ex-países de la orbe soviética vendieron todo lo que tenían, hasta lo invendible, porque no tenían nada para recapitalizarse. Esta es la última oportunidad que nos queda, y realmente ya no es una oportunidad, sino un tiempo de descuento. Pero sí tenemos con qué construir el nuevo Estado.
Si el nuevo Estado, continuación del gobierno vigente, o un salto de administradores, entiende las prioridades y las experiencias vividas por otros países, deberá ser consciente de que no es el neoliberalismo el que va a volver: es el mercado.
No es posible vivir sin mercado. Ni siquiera el marxismo prevé eso para el socialismo. Eso que hicimos los venezolanos es solo una ilusión rentista, como lo hizo la España Imperial y el Antiguo Egipto. Y para darle confianza al mercado, hay que darle nuevamente importancia. Es lógico que sea su nueva preeminencia la que regenere los tejidos asfixiados por la “urgencia revolucionaria” (el gasto público compulsivo, depredador y la inexperticia).
No es conveniente ni aconsejable, en ningún caso, que el mercado domine totalmente la política, ni que vendamos todo, sobre todo nuestra ecología ni nuestra gente. Ante eso, es preferible quebrar y morir. Es necesario generarle interdependencias.
El final de este camino que hoy andamos y que nos empobrece vertiginosamente, no existe. No hay luz al final del túnel en este momento y, de continuarse, seremos esclavos de un sistema que no reparte la prosperidad, sino que nos la arrebata para lanzarla al vacío. O para enriquecer una nueva casta.
Ante este reto, las únicas grandes preguntas que la clase política y los ciudadanos debemos hacernos son ¿Cómo se comportarán las mayorías si no hay cambios? Pero también, ¿Cómo se comportarán si, por el contrario, llegase a haberlos?.
Y asumir el reto del cambio, no rehuirlo.
Daniel Castro Aniyar