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La Magia

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Hubo un tiempo en que no hubo locos. Eran parte del paisaje pues eran, por decirlo de algún modo, parte de la diversidad sicológica.

Hubo un tiempo en que no hubo científicos. Los hombres de ciencia realizaban importantes logros cada mucho tiempo, los experimentos requerían de financistas que no existían y los (las) investigadores (ras) independientes eran perseguidos (das) a muerte.

Hubo un tiempo en que cada cosa se hacía a la vez. No habían máquinas que multiplicaban la producción, el artesano comenzaba el siguiente producto cuando ya había terminado el anterior.

Hubo un tiempo en que el sexo genital era mucho más peligroso que el anal. En que ir de un pueblo a otro implicaba riesgos mortales. En que la movilidad social solo existía por el efecto de las lámparas de Aladino. En que besar era contraer el aliento de tu pareja. En que tener hijos dependía de que no tuvieses más de 30 años. En que la belleza física era un asunto de los 15 a los 25 años. En que comer era sinónimo de unas tres o cuatro recetas casi toda tu vida. En que el café era el resultado de un gigantesco esfuerzo de la sociedad por conjugar el azúcar y el tostado. Ni que decir de tomar un café en Europa.

Los reyes de España bebían café en una vajilla china que había sido llevada en barco de Macau a Filipinas, de allí hasta Acapulco, de allí por tierra hasta Veracruz, y de allí, sorteando piratas y corsarios, llegaba a Cádiz. En eso consistía el imperio español, quizás el más grande antes del capitalismo.

Hubo un tiempo en que el francés no había sido inventado y el castellano implosionaba en cientos de dialectos en la profundidad de América. Hasta que llegó la escuela y luego la radio.

Hubo un tiempo en que el cáncer no existía, o no se reconocía, de raro que era. Que los ancianos tenían 65 años. Que la gente no tenía dientes. Que no siempre donde había agua había jabón. Que la gente se curaba yendo al mar y bebiendo un poco de océano.

Las riquezas metropolitanas no eran tan distantes de las periféricas. Los polos llegaban hasta New Brunswick, en Canadá. Las ciudades del Caribe debieron oler a frutas podridas, aguas estancadas y las moscas se combatían con abanicos.

Ese tiempo no fue hace mucho. Hace menos de unos doscientos años, unas menos de 6 generaciones. Entonces nada de lo que aquí se comenta era sorprendente.

Hoy hablamos con la soberbia de nuestro tiempo. Ayer hablábamos con la soberbia de aquel tiempo. Y mañana hablarán con soberbia de nosotros, como este artículo habla de nuestros tatarabuelos.

La magia consiste en transitar por el efluviante corredor de la sangre humana sin detenerse en las trampas de lo perecedero.

 slide 2 CREAR

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